martes, 27 de marzo de 2012

Las primaveras no perdonan

Las primaveras no perdonan, irremediablemente van pasando las hojas de un libro polvoriento que viene escribiéndose con la tinta de nuestras vivencias desde tiempos inmemoriales, capítulo tras capítulo; generación tras generación, sin prisa pero sin pausa. Ese libro es una crónica pormenorizada de todas nuestras hazañas, en él se narran los sueños que escaparon de nuestro recuerdo, aquellas historias de amor que creímos haber guardado celosamente, y por supuesto también todas y cada una de nuestras correrías de la niñez, aquellas con las que aprendimos a conocer las verdaderas entrañas de nuestra Semana Santa. 

Las primaveras no perdonan, y los pequeños brotes de azahar que encontramos en los naranjos de la plazuela de Santa Ana nos despiertan con su aroma del oscuro letargo al que el invierno nos tiene sometidos. Son fechas de preparativos, de guiños al pasado volviendo a retomar unas costumbres que no entienden ni de tiempos ni de épocas, pues he ahí la magia de las vísperas: la de demostrarnos que nuestras costumbres más enraizadas no cambian a pesar de que vemos cambiar todo lo que las rodea. Por más que cambien los tiempos, la cuaresma volverá a durar cuarenta días; cuarenta días que pasarán, como pasa el viento entre los naranjos componiendo esa sinfonía de espera que nos acompañará durante el mes de marzo. Serán tiempos de papeletas de sitio, de recibos, de ensayos y de rituales propios de cada casa que nos harán sentir más partícipes que nunca de la Semana de Pasión. La semana que se teje con las ilusiones de un pueblo que espera su llegada.

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